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La Consulta Filosófica a diferencia de las terapias psicológicas, no es un medio para conseguir un fin, no tiene un carácter utilitarista o instrumentalista sino que es un fin en sí misma, puesto que la comprensión profunda transforma y libera al ser humano del sufrimiento inútil en ese mismo momento. No pretende normalizar socialmente al individuo sino que éste comprenda la vida y se comprenda a sí mismo (autoconocimiento).

 

– En el Asesoramiento Filosófico se enseña a pensar, enfocar y a reencuadrar los problemas, pues las emociones se generan por pensamientos, sean estos acertados o erráticos.

La Praxis Filosófica no es una práctica clínica. No trabaja con modelos médicos y los problemas no son vistos como «trastornos» o «enfermedades» que deban ser «curados/as». Las pastillas no ayudan a pensar eficazmente ni a ser feliz. Ningún fármaco hace que la persona se encuentre a sí misma, que logre sus metas o que actúe como es debido. Por tanto el Asesoramiento Filosófico no es una terapia sanitaria.

– Se ocupa de la visión de la vida que tiene el interlocutor y de favorecer, a través del diálogo reflexivo -y no del parloteo automático- el surgimiento de intuiciones filosóficas sobre las cuestiones existenciales de la vida.

– No se hace arqueología del pasado del consultante y mucho menos de su infancia, sino que se trabaja desde las ideas y emociones actuales.

– El filósofo práctico no se erige en figura de autoridad (como el médico, donde el paciente es un mero sujeto pasivo que va a aceptar, sin opción, lo que se le diagnostique y recete) sino en alguien con la capacidad y la preparación para confrontar las ideas del consultante, donde éste es siempre quien debe ver y decidir si cambiar o no su filosofía personal a fin de generar cambios a mejor, más profundos y duraderos.

Motiva al consultante a pensar por su cuenta, lo que implica buscar -únicamente dentro de sí mismo a través de la razón- el criterio de verdad y sus efectos. El filósofo práctico instiga al interlocutor a clarificar y a conocer desde una honestidad radical. Esto muchas veces implica romper con sus concepciones sobre sí mismo y sobre el mundo que había adoptado de forma natural, sin darse cuenta, por la influencia familiar y cultural en su proceso de desarrollo humano (niño-adolescente-adulto).

No hay una especie de «alta médica», el consultante es quien decide cuándo volver, y normalmente deja de venir cuando la inquietud o sufrimiento se han resuelto.

El filósofo práctico cuestiona los objetivos y los razonamientos del consultante y lo induce al compromiso con la verdad antes que con la felicidad derivada del autoengaño, debiendo asumir las grandes cuestiones de la vida (fracaso, desamor, enfermedad, muerte…).

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